miércoles, 16 de noviembre de 2011

EPÍLOGO

Se terminó...hay que asumirlo...ya está, fin, The end, finito, cést fini, azken, ...

Lo que empezó como una locura repentina, ha terminado como una experiencia maravillosa. Me inquietaba la idea de que este viaje, me cambiara...me convirtiera en un tío intrépido, aventurero, interesante...e incluso que me picara el gusanillo de no regresar a casa. Me lo planteé varias veces antes de partir, y la idea no me parecía mal. De hecho, el poco atractivo que para mí representa mi trabajo en el mundo de la construcción y el pequeño caos que me rodeaba en aquel momento, hacían una cóctel perfecto para que esto se produjera. Pensaba que iba a encontrar mi sitio en el mundo, vagabundeando por un lugar distinto, con escasez de lujos, lleno de gente humilde y unos paisajes maravillosos. 
Buscaba limpiar mi mente y pulsar el botón de "vaciar papelera de reciclaje"donde había echado toda la mierda que me rodeaba y que amenazaba con regresar. De limpiar esa cocina caótica que tenía en mi cabeza, donde una cocinera preparaba huevos podridos para desayunar, mientras prometía que eran frescos...y yo me los comía sin rechistar, vigilando por una rendija el moho que ella ocultaba con una patata frita y fingiendo que no percibía el olor putrefacto...y yo a cambio, le preparaba unas tostadas suculentas con un corazón de mermelada. Esa oficina llena de teclas, planos y ordenadores que nunca se apagaban, porque no era capaz de encontrar el botón de off que tenía ante mis narices. La losa con el número 36 que se detenía sobre mi cabeza colgando de un hilo a punto de romperse. La montaña de cosas por hacer sobre la cajita de cerillas donde guardaba los logros conseguidos. 
Viéndolo ahora desde otra perspectiva, eran demasiadas cosas para solucionar en 25 días...
Cuando el primer día en Kathmandu, olvidé mi cámara de fotos sin estrenar en un cybercafé, y a las dos horas volví y la encontré en el mismo sitio, comprendí que las cosas iban a fluir por sí mismas. Que era una tontería buscar. Había que dejarse llevar para encontrar. La solución a todas esas cosas que me atormentaban, estaba en mi cabeza y este viaje había que disfrutarlo con la mente limpia de porquerías. Metí la cocina, el ordenador, la losa y la montaña en una caja, y los enterré debajo de una piedra...y empecé a encontrar.
Encontré una gente extremadamente honesta, amable, trabajadora, servicial pero no servil. Encontré ciudades preciosas, otras no tanto...pero todas ellas diferentes. Tuve experiencias nuevas todas ellas. Aprendí infinitas cosas sobre Tibet, budismo, hinduísmo, Nepal, Himalaya, costumbres. Comí comidas nuevas, unas buenas, otras peores. Pude conocer gente de Tibet, de China, de Nepal, de India, de Estados Unidos, de Bélgica, Suiza, y San Sebastián; y de todos ellos aprendí alguna cosa. Me alojé en hoteles de un cuarto de punta de estrella. Sufrí mal de altura y rompí una papelera con la cabeza. Salté desde un puente. Viajé en un todoterreno con un conductor que se la jugaba en todas y cada una de las curvas, Ví las montañas más altas de la Tierra. Toqué un yac (y me lo comí, aunque no entero). Bebí té salado con mantequilla, imité a Eddie Murphy en El Chico de Oro, dándole vueltas a una pray wheel. Me emborraché en una ciudad tibetana, rodeado de autóctonos. Visité el Palacio de Potala en la Ciudad Prohibida de Lhasa. Crucé una frontera a pie. Me escupió una cabra. Me jugué todo a un número en la ruleta del casino de Kathmandu, lo perdí. Me dieron un billete falso que conservo. Hablé con Maite. Regateé con los comerciantes, una vez con mayor éxito y otras con menos. Envié unas 20 postales, de las cuales han llegado sólo 6...y todas después que yo. Viajé más de 25 horas en autobuses de los años 60. Ví un semicadáver a punto de ser incinerado. Compré 10 alfombrillas de ordenador que no sé qué hacer con ellas. Me perdí los cumples de tres de mis cuatro sobrinos. Me reí un millón de veces. Lloré tres. Hice un amigo de 8 años. Jugué al fútbol con una zapatilla vieja contra un equipo de niños nómadas. Entré en el baño más sucio que había visto nunca. Me acerqué a una araña gigante para hacerle una foto. Me acordé de tí. Me olvidé de tí. Compré mil recuerdos para dos mil amigos. Se me terminaron los calzoncillos y compré unos, tres tallas menores. Cogí 8 aviones...
...y regresé.

Todo esto es lo que encontré sin haberlo buscado..con lo que el saldo es infinitamente positivo.
Ahora mismo todo lo demás sigue debajo de esa piedra. No se ha ido, pero no puede salir de allí sin mi permiso.
No descarto embarcarme en algo parecido, como no descarto que la siguiente vez sea la definitiva...pero lo que sí es verdad, que en este casi mes que he estado fuera, en ningún momento perdí la perspectiva de que mi meta era volver a casa. Y me alegro de haberlo hecho, por todos vosotros.
Un beso muy fuerte. 
Juanjo.



lunes, 14 de noviembre de 2011

18. BHAKTAPUR...Y REGRESO A CASA

El viaje de vuelta desde la sucia Butwal hasta Kathmandu es, probablemente el peor que he hecho en mi vida. Salida a las 7 de la mañana de la "estación de autobús", y 10 horas de viaje por autopistas nepalís. Se nota la cercanía de Butwal con la India, pues en el bus, se cuentan tantos indios como gente local...y un español, yo. La gente en esta zona, no habla mucho inglés, por lo que agradezco que mi compañero de asiento, chapurree un poquito. Es un hombre de 51 años llamado Vishwanath, y que trabaja en el Curriculum Development Centre de Kathmandu, una especie de escuela que ayuda a chavales de secundaria, a los que da cursos de diversas materias para que mejoren sus currículums y tengan mayor accesibilidad al empleo. También revisan los libros de texto, para adecuarlos a la situación actual. Vishwanath, concretamente, es profesor de nepalí. Me invitó a conocer el centro, pero no tuve tiempo material, pues en día y medio, regresaba a España. No obstante, es otra cosa que reservo para mi próxima visita.
Una nueva parada en Kathmandu para descansar del viaje, búsqueda de hotel, compras de última hora y, a la mañana siguiente, autobús a Bhaktapur...esta vez sólo media hora de camino!!
Como la idea es pasar la noche allí, y trasladarme hacia el aeropuerto directamente al día siguiente, cojo una habitación en un hotel y busco otro autobús que me lleve a Nagarkot, un pueblecito cercano dede el que dicen hay otra vista espectacular del Himalaya. Esta vez, la buena suerte no me acompaña; el día está nublado, y cuando subo la colina, no puedo ver más que nubes.
Ya que he llegado hasta allí, pienso que por qué no aprovechar para dar una vuelta y sentarme a comer en la zona. Lo hago en una terraza con vistas al (esta vez nublado) valle de Kathmandu. La actitud positiva que conservo, me hace pensar, que también tiene su atractivo ver el paisaje con otra luz, con sensación de humedad en el ambiente, olor a tierra mojada y sonidos de truenos lejanos...y con una Tongba en la mano. Me quedé con ganas de probarla en Tibet, y no fue fácil encontrarla. Se le llama la cerveza Tibetana, y es un fermentado de semillas de mijo. La forma de servirla es curiosa. Una especie de recipiente cilíndrico de madera, con una tapa de la que sale una pajita metálica. Se abre la tapa, y el recipiente está lleno de semillas de mijo fermentadas, que tienen el aspecto de los granitos de azúcar que rodean las moras rojas de gominola. Se sirve agua caliente dentro, y se tapa. Tras una breve espera de un par de minutos, la bebida ya está lista para consumir. Su sabor es parecido al Sake japonés y, aunque no me gustó demasiado, tiene cierta gracia acompañar el Sekuwa con ella. Para bien o para mal...otra cosa más que probé!!
Me sorprendió el entorno de Nagarkot. Es un pueblo de montaña, con casas desperdigadas casi ocultas por la frondosa maleza. Llegado un momento, estas casas desaparecen, y por el sendero que se adentra en la montaña, sólo encuentras kioskos de bebidas y comidas, donde una persona espera infructuosamente la visita de un turista despistado. Sigo caminando, alejándome de la zona principal del pueblo, con las nubes cada vez más grises, y tras cientos de metros de maleza, laderas verdes, grandes árboles y silencio absoluto, aparece un hotel enorme!! su aspecto es bastante lujoso, con dos plantas de altura y unas 20 habitaciones. Verja de forja negra alrededor, aparcamiento donde descansan los todoterrenos que pueden subir hasta allí (aun no sé por dónde) y varios trabajadores del Hotel con ropas impolutas. Hotel Country Villa, se hace llamar, y parece increíble que haya un sitio así en ese pueblo!!!
Regreso para coger el autobús de vuelta a Bhaktapur acelerando el paso, pues empiezo a notar las primeras gotas, y las segundas, y las terceras...y los millones de gotas que siguen a estas!!! bendito Gore-Tex...si no es por él, se me calan hasta los pezones. Empapado subo al autobús, pensando que, si ya de por sí es peligroso circular en autobús por esas carreteras, cómo será con esa lluvia torrencial!!!...y lo compruebo. Estamos a punto de salirnos tres veces de la carretera en 18 kilómetros...y sin luces. Cuando llego a Bhaktapur, ha dejado de llover y, al descender, vuelvo a besar el suelo como hacía Juan Pablo II...ya sólo me queda una posibilidad de accidente!!!
Ya ha oscurecido en Bhaktapur, pero aun queda tiempo para perderse por la ciudad a una hora, en la que los turistas se han ido en masa hacia sus hoteles del centro de Kathmandu. La luz en todas las calles es escasa. La ciudad está apenas iluminada por las velas que encienden en los porches de los templos, donde los hombres de más edad, rezan cantan y tocan música con instrumentos propios e incluso, juegan a las cartas y a otro juego parecido a las damas, que llena las calles de todas las ciudades de Nepal. Las innecesarias bombillas que reclaman los turistas, se antojan inútiles una vez que estos se van. Esto reduce notablemente el consumo de electricidad y, con ello, los cortes diarios a los que se enfrentan los Nepalís en todas las ciudades que he visitado. El paseo nocturno me ayuda a hacerme una idea de lo que es esta ciudad. Declarada Patrimonio Mundial Cultural por la UNESCO, es como un museo vivo. De hecho, te cobran más de 10 euros sólo por visitarla!! Cientos de Templos, de varios tamaños y formas, dedicados a las distintas deidades Hindúes, algunos de ellos enormes, como el de Nyatapola. Cada cierto tiempo del recorrido, aparecen grandes estanques en plazas abiertas, que en su día abastecían la ciudad de agua y, que ahora son usados para pasear alrededor los más pequeños, e incluso para dar una vuelta en barca los más grandes. Cuando la oscuridad y mi nula orientación me inquietan, decido volver al Hotel, no sin antes cenar algo. Pero es imposible cenar en Bhaktapur a partir de las 21...con lo que compro unas porquerías en un supermercado y me las llevo al Hotel para comerlas en la habitación. Habitación, dicho sea de paso, en la que no quepo si permanezco en pie, pues los techos son muy bajitos.
La mañana siguiente, la última en mi viaje, la quiero aprovechar y, para ello, madrugo bastante y recorro la ciudad con una luz clara y poco movimiento de visitantes. A la luz de la mañana, se aprecia mejor la arquitectura newar que forma la estructura de la ciudad, con sus característicos edificios de madera y ladrillo. Veo los enormes templos de la Plaza Durbar, y de Taumadhi Tole, y grandes plazas abiertas, donde los agricultores (en su mayoría gente mayor) ventean el arroz para separar el grano del salvado. Algunos carpinteros tallando caballitos de madera, que luego venderán en un pequeño mercadillo con poca concurrencia. En apenas una hora, el mercadillo se llenará de gente.
Un largo paseo que nunca apetece terminar, rodeando la muralla de la ciudad. A cada salida y entrada de las mismas, un vigilante te pide la entrada, para comprobar si has pagado religiosamente los 10 Euros. Absorbido de nuevo por la marea consumista, hago unas últimas compras que, me hacen dudar sobre la capacidad de mi mochila. Vuelvo al Hotel, y empaqueto todo por décima vez con una total desazón..."esta es la última maleta que hago por ahora..." y mientras aplasto la ropa para ganar espacio, hago un rápido resumen de mi estancia por esas tierras. Cómo empezó todo, la idea inicial de venir aquí, qué vine buscando y qué he encontrado y lo que más me inquieta: si estos 25 días, me habrán cambiado aunque sea un ápice...
Mi última negociación con el taxista que me lleva al aeropuerto, es mi mayor logro. Consigo un precio, por primera vez, menor al menor de los que marca Lonely Planet...por fin le gano un pulso!! Además el taxista no habla ni papa de inglés, cosa que agradezco, pues se suceden una serie de diálogos-monólogos entre los dos, en el que ambos pretendemos que el otro aprenda palabras en nuestros respectivos idiomas. En este caso, como casi siempre que un español compite con un extranjero, pierdo claramente. No soy capaz de repetir la mayoría de sonidos que mi amigo pronuncia, y él, sin embargo, consigue decir palabras como "aeropuerto" o "preciosidad" con total claridad...
Aquí terminó todo. Me despedí del taxista con demasiada efusividad, probablemente porque diciéndole adiós a él, también se lo decía a Nepal, a Tibet, al Himalaya, a los Yacs, al caótico Kathmandu, a los incómodos autobuses, (al hombre de hojalata, al espantapájaros), a millones de cosas que he vivido, y a alguna cosita mía que se quedaba allí y que aún no he sido capaz de adivinar, pero estoy seguro, que se escondió para no entrar en la mochila.